16 sept 2010

¿Te compras un libro por la portada? (Parte 2)


Como hay que renovarse o morir, el género romántico lo hizo y, con él, las portadas. Así, pudimos asistir al boom de la Chick-lit –“literatura para chicas” en jerga estadounidense–, que pretendía dar un giro a la novela romántica. Ya no hacía falta que la chica esperara (con la virginidad intacta) al guerrero/caballero/millonario de turno; las chicas son guerreras y visten de Prada al mismo tiempo que recurren a una gran faja para disimular la carne que se desborda. En esta nueva etapa, la portada del libro se transforma en algo más “actual” y se diseñan ilustraciones que lo mismo sirven para un anuncio de una bebida que para promocionar maletas. Aquí de vital importancia son las ilustraciones de Jordi Labanda, cuyo trabajo ha sido imitado hasta la saciedad.


¿De dónde le salen los murciélagos?
Mi reino por unas tiritas.
 
De nuevo el diseño, a pesar de su valor polivalente, sirve para distinguir qué tipo de libro estás leyendo sólo que ahora las lectoras (de momento sólo conozco a un lector) pueden ir tranquilas sin que nadie las señale con el dedo por la portada del libro.
Y llegamos a la etapa actual. Aunque sigue manteniendo ese sello de identidad, las portadas ahora no desechan un toque de creatividad y las encuentras para todos los gustos. El género se mantiene más vivo que nunca, se diversifica y se extiende con fuerza, y quienes juraban y perjuraban que nunca leerían una novela de este tipo caen a sus pies como moscas. ¿Las causas? Pues supongo que muchas, pero yo destacaría tres: 

Grrrrr...

1. La apabullante invasión de lo paranormal, véase vampiros, hombres lobo y demás teriántropos (seamos cultos y utilicemos latinejos para denominar a los seres que cambian de una forma humana a una animal y viceversa), personajes con poderes sobrenaturales, mundos fantásticos, mundos futuristas, etc. 


 

Plas, plas.
2. La constatación de que a las chicas, mira por dónde, también les gusta el sexo adulto. Olvídate de “… su miembro viril abrió su delicada flor y conoció la pasión. Capítulo 16…” y empieza a llamar a las cosas por su nombre.

3. La tendencia (tan fantástica como exasperante) de realizar sagas y otras sagas paralelas a las primeras sagas que te cuentan hasta la historia de amor entre el perro del protagonista y el gato del vecino.


 Como digo, las portadas hacen eco de la situación y los estilos se multiplican, crean escuela y proporcionan otro nexo de unión entre los libros que componen una saga/serie.

 
La madre.


Hijas 1 y 2.

La sobrina.
Ni Lara Croft.
 Las podemos encontrar asombrosas (por ser horribles, en mi humilde opinión, como la imagen Grrrrr...), abstractas y tricolores –negro, blanco y rojo como las de la saga Crepúsculo–, con ilustraciones personalizadas y que beben del cómic como las de Anita Blake o Mercy Thompson. 

Por cierto, aquí en España, la editorial La Factoría de Ideas ha utilizado las portadas americanas de la saga de Mercy Thompson, de Patricia Briggs, para los libros de una autora distinta, Eileen Wilks. Me da pena por ella ya que no sé yo si la ayudará mucho que a su obra la confundan con otra. 


      
Mercy en su garaje.
Mercy de incógnito.


También las hay más evocadoras y sugerentes, las que son un reclamo para un público emo-romántico-gótico, las que directamente parecen un calendario de bomberos con tanto cuerpo masculino escultural (eso sí, que nadie se olvide de los tatuajes, complemento imprescindible) o las ya descaradas que subliman lo erótico por no decir pornográfico.



Sugerente ¿o no?

No te emo-ciones, mujer.



Sí, me depilo los sobacos.

¿Te queda tabaco?

 En conclusión, no hay que juzgar un libro por su portada (hablo desde la experiencia), pero hay portadas que juzgan un libro.

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