Mucha gente dice estar harta de los vampiros porque ahora te los encuentras hasta en la sopa. Y es verdad. Pero si escribo esto es porque estaba pensando (de vez en cuando lo hago) y he llegado a la conclusión de que todo se debe a la literatura romántica. Vaya, no he descubierto América, pero me hace gracia que un género tan denostado y criticado produzca millones de montones de dinero.
Hasta hace unos años, si te gustaba la temática vampírica eras un rarito entre el montón de los raritos. Hoy en día, si lees sobre vampiros -y por extensión, sobre cualquier cosa con colmillos tipo hombre lobo, hombre tigre, etc.-, formas parte de una horda ansiosa y sedienta. Los colmillos están de moda ergo los colmillos dan dinero. Las editoriales, empresas en crisis permanente, no han dudado en subir al carro de la fortuna y llevan años retroalimentando este gusto con cualquier herramienta que tengan a mano: desde manuales sobre cómo ligar con un vampiro a best-sellers convertidos en guiones potenciales, pasando por el reciclaje de autores que abandonan su temática habitual para adentrarse en el lado oscuro.
Yo, si soy sincera, estoy encantada. Antes era una rarita, ahora estoy a la última. Bromas aparte, me pregunto qué diría Bram Stoker (Drácula) si levantara cabeza o, ya puestos, si el doctor John William Polidori (El vampiro) sabía lo que comenzaba aquella noche llena de monstruos –por si alguien no lo sabe, Polidori escribió sobre el primer vampiro romántico de la historia mientras, en la habitación de al lado, Mary Shelley creaba a Frankenstein–.
Lo que esta gente consiguió, allá por el s.xix, es demostrarnos que hasta el monstruo más aterrador tiene su corazoncito, que palpite o no es cuestión de gustos. Polidori dotó al vampiro de una fachada que hacía desmayar a las damas y no precisamente de miedo, por su parte, Stoker nos enseñó que su existencia se debía a una apasionada historia de amor. Con estos ingredientes, ¿a quién le extraña que el vampiro pulule como un rey por las novelas románticas?
Desde entonces, se ha pasado de tener que salvar al vampiro de su propia naturaleza a tener que suplicar por el privilegio de unirse a su bando.
Todo el mundo esboza una sonrisa cuando piensa en Bela Lugosi con su capa -evidentemente, Nosferatu es el feo de la familia-, pero hay que ver cuánta gente suspiró con el Banderas y el Pitt en Entrevista con el vampiro de Anne Rice o suspiran ahora por la palidez de Robert Pattinson, por no hablar del elenco de True Blood.
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